domingo, 21 de abril de 2013

Entrevista con Arturo Rocha


Arturo Rocha Felices es Doctor en ingeniería, con especialidad en Ingeniería hidráulica, y ha participado en numerosos proyectos de aprovechamiento y control de los recursos hidráulicos.


NOS HABLA SOBRE CÓMO LIDIAR CON EL PROBLEMA DEL AGUA EN EL PERÚ.

¿Existe escasez de agua en el Perú?

Tanto un no como un sí, serían respuestas válidas. Podría pensarse que no hay escasez de agua en el Perú, sino abundancia, dado que tenemos casi el 5% de los recursos hidráulicos superficiales del planeta y que cada peruano tiene potencialmente a su disposición unos 85.000 m3 de agua por año, cuando el promedio mundial es de tan solo 7.300 m3. Sin embargo, hay deficiencias serias en el servicio de agua para un elevado porcentaje de la población. Como se observa, no es lo mismo carecer de agua que carecer del servicio de agua.

Entonces, ¿por qué se habla de una futura escasez de agua?

Por lo dicho anteriormente es correcto hablar de la escasez de servicio de agua, tanto en el presente como en el futuro. Construir sistemas de abastecimiento de agua es costoso, y lo es más, para una población que crece explosivamente. La población peruana está aumentando a razón de medio millón de seres humanos al año. En cincuenta años, la población del Perú se triplicó y la de Lima se multiplicó por doce. Dar agua a la población significa cubrir la demanda insatisfecha y, además, satisfacer las necesidades del crecimiento demográfico.En el Perú no hay escasez absoluta de agua, hay escasez económica. El agua existe en la naturaleza, pero no se dispone de medios económicos suficientes para dar el servicio de agua a toda la población. A esto debe añadirse el crecimiento desordenado de las nuevas poblaciones, que ocupan lugares en los que es muy costoso llegar con los sistemas de agua potable y alcantarillado. De otro lado, cada ser humano quiere más agua para mejorar su calidad de vida. Si no se toman medidas urgentes, la escasez del servicio de agua será cada vez mayor.

Menciona usted el crecimiento desordenado de las poblaciones, un crecimiento que no considera las dificultades de transportar agua. ¿Cómo han evolucionado la oferta y la demanda de agua?

En lo que respecta a la oferta y demanda de agua, cada región del Perú presenta particularidades. Es alarmante la poca relación que tenemos entre la ocupación territorial y la disponibilidad de agua. En la costa, que es un inmenso desierto, vive el 53% de la población peruana y, en ella, solo se dispone del 2% de los recursos hidráulicos del país. La situación de Lima es increíble: el 30% de la población nacional vive en medio de un desierto, que solo cuenta con los 5/10.000 de la disponibilidad nacional de agua.
En lo que respecta a la demanda de agua, no puede dejar de mencionarse el hecho paradójico de que en lugares de la costa que constituyen un desierto absoluto y en los que la agricultura solo es posible mediante la ingeniería, se use el agua de un modo tan poco eficiente. Se usa sistemas de riego inadecuados y se siembra arroz, cultivo de alto consumo de agua y totalmente inadecuado para zonas áridas.

¿Cuáles son las soluciones que se plantea? ¿Una redistribución de la población en el territorio nacional?

La posibilidad de reubicar poblaciones creo que es impracticable. A la mala ubicación existente con respecto a las fuentes de agua, se suma que no haya una política de expansión urbana, de ocupación del territorio. Esto se ve también con relación a las inundaciones. Es frecuente ahora, en el siglo XXI, que poblaciones enteras se ubiquen en lugares fácilmente inundables. La solución es ir a una gestión del agua, tanto de la oferta como de la demanda. La planificación es fundamental cuando somos pobres y cuando los recursos son escasos. La planificación del aprovechamiento del agua debe ser el mecanismo mediante el cual se garantice la disponibilidad de agua, pero respetando la naturaleza.

Se ha planteado la posibilidad, para las ciudades de la costa, de desalinizar el agua de mar. ¿Cuáles son las ventajas y desventajas de este proceso?

Técnicamente no hay ningún problema. Hace muchos años se hacía en algunos lugares de la costa peruana. Sin embargo, los costos involucrados son altísimos, sobre todo por la conducción del agua a las viviendas, una vez desalinizada y potabilizada, lo que implicaría disponer de abundante energía. Más conveniente, en las condiciones actuales, es traer agua de la vertiente atlántica y aprovechar el desnivel topográfico para generar energía, en lugar de tener que suministrarla, quien sabe de dónde, para un sistema de desalinización y de elevación del agua.

¿Qué otras posibles inversiones existen? ¿Cuál es la más eficiente?

Es evidente que en la costa peruana hay que pensar en proyectos de propósito múltiple, que incluyan por lo menos abastecimiento, generación de energía y riego. A esto podría añadirse, en muchos casos, el uso ecológico. Estos grandes proyectos tienen que verse con una visión de desarrollo, pensando en el futuro y bajo el lema “a más agua, menos pobreza”. Si bien, en los años 1970 se empezaron a desarrollar grandes proyectos hidráulicos, no se terminó ninguno.

¿Qué avances se han producido en los últimos años en cuanto a la planificación del manejo del agua?

Muy pocos, casi ninguno. No tenemos un Plan de Aprovechamiento de los Recursos Hidráulicos ni un Plan Nacional de Desarrollo. Hace algunos años se satanizó completamente el concepto de planificación. Hoy, estamos pagando las consecuencias. No se debe olvidar que la planificación de los recursos hidráulicos implica un balance entre oferta y demanda de agua. La determinación de la oferta es esencialmente retrospectiva porque mira al pasado; en tanto que la de la demanda es prospectiva, pues mira al futuro. Debemos pensar en la calidad de vida que se quiere o se puede dar a la población.

¿Estos esfuerzos de planificación, tienen que manejarse en cada cuenca, en forma independiente?

El manejo y la gestión del agua dentro de cada cuenca son fundamentales. La cuenca es la unidad básica de planificación de los recursos hidráulicos. Si bien es cierto que el concepto de cuenca es indispensable para la planificación del uso del agua, también lo es que, dadas las particularidades del Perú, debemos considerar un concepto adicional: el de comarca hidráulica. Este es un concepto que estamos introduciendo y que corresponde al hecho de que muchos de nuestros proyectos hidráulicos implican la asociación de varias cuencas. Así, por ejemplo, el abastecimiento de agua de Lima no es un asunto exclusivo del río Rímac y de su cuenca, sino que está asociado a otras cuencas: Lurín, Chillón, Mantaro y a las que surgirán en el futuro.

¿Qué otras formas de planificación pueden aplicarse?

La forma más económica y rápida de disponer de más agua es racionalizando el consumo. Lo más elemental es no gastar más agua de la necesaria. No podemos seguir concibiendo proyectos de riego con una eficiencia global del 50%, lo que equivale a desperdiciar la mitad del agua.
No podemos seguir haciendo agricultura en zonas áridas con cultivos de alta demanda de agua, ya que esto implica realizar grandes inversiones para conducir el recurso desde muy lejos.

Ultimamente ha surgido el concepto de “agua virtual”, que es bastante nuevo y fue creado por Tony Allan, de la Universidad de Londres. “Agua virtual” es la cantidad de agua requerida para producir algo; originalmente productos agrícolas, aunque su uso se ha extendido aun para la hidroelectricidad. Así, por ejemplo, el “agua virtual” representativa de un kilogramo de arroz es cuatro toneladas de agua. Cuando un país árido importa un determinado producto agrícola, en realidad está importando “agua virtual”. Este concepto, que se está usando para establecer el balance comercial hídrico entre países, podría aplicarse a las regiones y desequilibrios hidráulicos internos de nuestro país.

Para sintetizar lo relativo a la planificación del uso del agua, bastaría con señalar que es un recurso vital que nos pertenece a todos, que es un recurso escaso y que nadie tiene el derecho de desperdiciar el agua que otro hombre necesita.

Fuente: REVISTA DE ECONOMÍA Y NEGOCIOS DE LA UNIVERSIDAD DEL PACÍFICO

Eduardo de Habich y el Aporte Polaco


El 12 noviembre del año pasado coincidieron dos acontecimientos memorables, el día de la independencia de Polonia y el 85 aniversario del establecimiento de relaciones diplomáticas entre Polonia y el Perú. Y en el 2009, se celebrará el primer centenario de la muerte del ingeniero polaco Eduardo J. de Habich. Por este motivo, y adelantándonos a los actos conmemorativos que, con seguridad, se organizarán, ofrecemos este esbozo de su biografía.

Eduardo de Habich perteneció a aquel numeroso grupo de ingenieros extranjeros que arribó a nuestro país desde mediados del siglo XIX. Todos ellos fueron contratados por el Estado peruano para supervisar y llevar adelante una amplia variedad de obras públicas. Dentro de este grupo hubo muchos polacos como Habich, educados en las más prestigiosas instituciones técnicas de Europa. Uno de ellos fue Ernesto Malinowski, cuya figura se halla íntimamente ligada al trazo del ferrocarril central y cuyo centenario en 1999 fue justamente recordado. Otros ingenieros  polacos no menos importantes pero, lamentablemente, muy poco recordados en nuestro medio fueron: Wladyslaw (Ladislao) Folkierski, quien tuvo una destacada labor como docente en la Universidad de San Marcos; Wladyslaw Kluger (o Ladislao Kruger,como aparece en los documentos), quien durante el ejercicio de su profesión en la sierra peruana contrajo una grave y mortal enfermedad; Ksawery (Francisco) Walkuski, quien fue un destacado profesor en la Escuela de Ingenieros; Alexander Babinski, quien estudió varios yacimientos mineros peruanos; Alexander Miecznikowski, quien asistió a Malinowski en los trabajos del ferrocarril central, entre otros2. Muchos de ellos, pese a las dificultades culturales, socioeconómicas y geográficas propias de un entorno que no era el suyo, decidieron apostar y trabajar por la modernización del Perú. En este proceso no pocos fueron los que realmente llegaron a amar a nuestro país. No podemos dejar de mencionar a Gerardo Unger, padre de Tomás Unger, que vino a trabajar en un proyecto como ingeniero mecánico y al biólogo Vitold de Szyszlo, padre del pintor Fernando de Szyszlo, exconsul de Polonia que tradujo al castellano Enfermedades tropicales, importante obra del científico polaco Z. Szymonski.


Vitold de Szyszlo.

El patriota polaco


Eduardo Juan de Habich nació en Varsovia el 30 de enero de 1835, según consta en su partida bautismal, fruto del matrimonio entre Louis Habich y Mathilde Manersbeiger. Criado en el seno de una familia que pertenecía a la nobleza polaca, en 1854 el joven Habich ingresó a la Escuela de Artillería de San Petersburgo, en Rusia. Muchas opciones no tuvo, pues Polonia, desmembrada y repartida tantas veces entre las demás naciones europeas, se encontraba en esos momentos bajo el dominio del Imperio Ruso3. Por ello, como oficial, sirvió en el ejército ruso durante la cruenta guerra de Crimea (1854-1856). Luego del conflicto estuvo destacado en el Arsenal de Kiev. En 1859 marchó a Francia, donde estudió con ahínco en la afamada Escuela de Puentes y Calzadas de París entre 1860 y 1863. Apenas culminados sus estudios y sin haber recibido su diploma todavía, regresó a Polonia. Su patria podía no existir en el mapa político, pero seguía palpitando en los corazones de su gente. Por ello, junto con su hermano Gustavo, participó activamente de la insurrección polaca contra la opresión zarista. Aplastado el levantamiento, el joven Eduardo de Habich se vio forzado a huir del territorio polaco, pues la policía rusa lo buscaba por su participación en la insurrección.
De regreso a París, en octubre de 1864 fue elegido miembro del Consejo de Administración de la Escuela Superior Polaca, institución que acogía a los refugiados y exiliados polacos. Aquí dictó el curso de mecánica y, entre 1865 y 1868, ocupó el cargo de director.




EN LO QUE LE RESTABA DE VIDA, LOS NOMBRES DE HABICH Y DE LA ESCUELA SE IDENTIFICARÍAN A TAL PUNTO QUE RESULTABA BASTANTE DIFÍCIL MENCIONAR A UNO SIN EL OTRO. GRACIAS AL IMPULSO DE HABICH, LA ESCUELA DE INGENIEROS NO SOLO PERDURÓ, SINO QUE SE CONVIRTIÓ EN EL MOTOR DE LA MODERNIZACIÓN DEL PERÚ ANTES Y DESPUÉS DE LA GUERRA CON CHILE.

                                                                                                                                 Ernesto Malinowski


Al servicio del Estado peruano

En octubre de 1869, con 34 años a cuestas, Habich estampó su firma en un documento que le presentara el encargado de negocios del Perú en Francia. Se trataba de un contrato para trabajar como ingeniero del Estado peruano por dos años. Nada hacía presagiar entonces que ese tiempo determinado se extendería hasta el final de sus días. Un par de meses después de firmado el contrato, Habich llegaba al Callao. Pese a que el Perú que encontró era el de los últimos años de la bonanza guanera, el país vivía una fiebre de obras públicas como nunca se había visto. Los proyectos ferrocarrileros estaban a la orden del día y en varias partes se estudiaban y se trataban de concretar proyectos de puentes, caminos, obras de irrigación y edificios públicos. Era el primer gran momento de los ingenieros. Sus primeras comisiones de trabajo lo llevaron al sur del país. Allí, en 1870, estudió varios proyectos relacionados con la irrigación: en las pampas de Tamarugal, en Tarapacá; en el valle de Azapa, en Arica; y en el valle de Locumba, en Moquegua. En 1871, luego de supervisar algunas obras en Arica, retornó a Lima y se le encomendó la reparación del ferrocarril central. Al año siguiente, se le destacó nuevamente al sur: debió verificar si el ferrocarril Ilo-Moquegua, entregado por Enrique Meiggs, se ajustaba a las especificaciones del proyecto original; además, se le encargó informar sobre la construcción de unas iglesias en Arica y Tacna. A comienzos de 1873, revisó Habich el ferrocarril Juliaca-Cusco, también construido por Meiggs. Luego, tras algunos meses de licencia, en el segundo semestre de 1874 es enviado a revisar los presupuestos del ferrocarril Chimbote-Huaraz- Recuay, y de un tramo del ferrocarril Juliaca-Cusco.Además, se encargó de estudiar dos puentes sobre el río Rímac. Los informes que redactara se hallan publicados en los dos gruesos tomos de los Anales del Cuerpo de Ingenieros del Perú.



La normalización de la labor de los ingenieros

En setiembre de 1872, el gobierno de Manuel Pardo designó a una comisión conformada por los ingenieros Mariano Echegaray, Felipe Arancivia, Alfredo Weiler y Eduardo de Habich para reformular el reglamento del Cuerpo de Ingenieros del Estado vigente, pues ya no se ajustaba a la nueva realidad del país ni se había aplicado con regularidad. Habich cumplió este tarea sin descuidar las otras comisiones que el gobierno también le había señalado. El nuevo reglamento fue aprobado por Manuel Pardo en octubre de 1872 y en él se señalaba que el objeto del Cuerpo de Ingenieros y Arquitectos del Estado era “proyectar y vigilar las obras públicas de interés general, estudiar el territorio de la República y reconocer sus riquezas minerales”. Dentro de la nueva organización, se establecía una Junta Central, presidida por el Ministro de Gobierno, Policía y Obras Públicas, y conformada por cinco ingenieros de 1ª clase. Esta junta era la cabeza del Cuerpo de Ingenieros y entre sus varias responsabilidades se contaban la acreditación de los conocimientos y destrezas no solo de quienes fuesen contratados como ingenieros y arquitectos, sino principalmente de aquellos que quisiesen formar parte del Cuerpo; examinar todos los proyectos, presupuestos y propuestas referentes a obras públicas; intervenir en la formación de contratas y vigilar que se cumplan las condiciones estipuladas, etcétera.
  
La Escuela de Ingenieros

En enero de 1875 se promulgó una ley que autorizaba la creación de una “escuela de minas”, disponiendo para tal efecto, por una sola vez, la cantidad de 50 mil soles. Pero para poder concretar esta escuela hacía falta mucho más que una simple autorización7. Por ello, como primer paso, el gobierno envió a Eduardo de Habich a Europa, con la misión de visitar sus principales centros de educación técnica, recoger información sobre sus programas de estudios y reglamentos, reunir bibliografía especializada y entrever la posibilidad de contratar profesores para el nuevo plantel. Luego, el gobierno dispuso la modificación del antiguo reglamento de instrucción, que databa de 1855. El proyecto del nuevo reglamento fue revisado por una Junta Consultiva de Instrucción, que reunió a connotados maestros e intelectuales. A su regreso de Europa, Habich se integró a esta Junta para tratar lo relativo a la organización de la escuela de minas. Fruto de estas gestiones fueron dos importantes documentos legales, promulgados ambos el 18 de marzo de 1876. El primero fue el Reglamento General de Instrucción, que normaba toda la educación desde la primaria hasta la universitaria. Este reglamento, en su artículo 343º, establecía que debían abrirse cuatro “escuelas de aplicación”, siendo una de ellas una “escuela de ingenieros civiles y de minas”. En consonancia con este marco legal, el otro documento, que había sido preparado por Habich, era nada menos que el Reglamento Orgánico de la Escuela Especial de Construcciones Civiles y de Minas. La “escuela de minas” autorizada en 1875 era, con un nombre distinto y un poco más largo, una realidad.
En mayo de 1876, Habich fue designado como director de la nueva institución educativa. También se señalaron a sus primeros profesores: Francisco Paz Soldán, Francisco Walkuski, Ladislao Kruger, Eduardo Brugada, Pedro J. Blanc y Sebastián Barranca. A ellos se unirían más adelante José Granda, Teodoro Elmore, Artidoro García Godos, Pedro Manuel Rodríguez,Mariano Echegaray, Octavio Pardo, entre otros.
La Escuela de Construcciones Civiles y de Minas empezó a funcionar modestamente en una parte del local del antiguo Convictorio de San Carlos, que pertenecía a la Universidad de San Marcos (actual Casona de San Marcos). Esto no significó, sin embargo, que la naciente Escuela fuera una dependencia de la centenaria Universidad.
Las clases se iniciaron el 11 de julio, pero la inauguración oficial, en el solemne salón General de San Marcos, se realizó en la tarde del 23 de julio de 1876.
En su discurso, Habich, sumamente complacido por la acogida dispensada a la institución que estaba dando forma, anunciaba: “Abierta la matrícula el 19 de junio, el número de candidatos iba aumentando y pasaron de ciento cuanto principiaron los cursos. (...) El distinguido cuerpo de profesores de la Escuela está formado en su mayor parte por Ingenieros del estado, quienes no han vacilado en poner su ciencia y toda su buena voluntad al servicio de la Escuela. (...) Las divisiones de la Escuela corresponden a las principales necesidades del país, cuyo porvenir material depende de la extensión de sus vías de comunicación, del desarrollo de la explotación de sus riquezas minerales, del fomento de sus industrias y principalmente de la industria agrícola ligada por circunstancias climatológicas con obras hidráulicas de irrigación artificiales. Las demás industrias hallarán también un lugar en el desenvolvimiento progresivo de la enseñanza de la Escuela. El tiempo y la experiencia indicarán la mejor dirección y la amplitud que deben darse a los estudios en varias especialidades, a fin de que sean más completos, sin recargar exageradamente el trabajo de los alumnos. (...)”.
Este fue el inicio de la Escuela de Ingenieros, nombre más corto con el que se fue identificando al plantel.  En lo que le restaba de vida, los nombres de Habich y de la Escuela se identificarían a tal punto que resultaba bastante difícil mencionar a uno sin el otro. Gracias al impulso de Habich, la Escuela de Ingenieros no solo perduró, sino que se convirtió en el motor de la modernización del Perú antes y después de la guerra con Chile. Y todo ello gracias a sus profesores, alumnos, egresados y titulados; a sus investigaciones y modernas instalaciones.
Después de una larga y fructífera labor como ingeniero al servicio del Perú y, especialmente, como fundador y director de la Escuela de Ingenieros, Eduardo J. de Habich falleció el 31 de octubre de 1909.