El 12 noviembre del año pasado coincidieron dos acontecimientos memorables, el día de la independencia de Polonia y el 85 aniversario del establecimiento de relaciones diplomáticas entre Polonia y el Perú. Y en el 2009, se celebrará el primer centenario de la muerte del ingeniero polaco Eduardo J. de Habich. Por este motivo, y adelantándonos a los actos conmemorativos que, con seguridad, se organizarán, ofrecemos este esbozo de su biografía.
Eduardo de Habich perteneció a aquel numeroso grupo de ingenieros extranjeros que arribó a nuestro país desde mediados del siglo XIX. Todos ellos fueron contratados por el Estado peruano para supervisar y llevar adelante una amplia variedad de obras públicas. Dentro de este grupo hubo muchos polacos como Habich, educados en las más prestigiosas instituciones técnicas de Europa. Uno de ellos fue Ernesto Malinowski, cuya figura se halla íntimamente ligada al trazo del ferrocarril central y cuyo centenario en 1999 fue justamente recordado. Otros ingenieros polacos no menos importantes pero, lamentablemente, muy poco recordados en nuestro medio fueron: Wladyslaw (Ladislao) Folkierski, quien tuvo una destacada labor como docente en la Universidad de San Marcos; Wladyslaw Kluger (o Ladislao Kruger,como aparece en los documentos), quien durante el ejercicio de su profesión en la sierra peruana contrajo una grave y mortal enfermedad; Ksawery (Francisco) Walkuski, quien fue un destacado profesor en la Escuela de Ingenieros; Alexander Babinski, quien estudió varios yacimientos mineros peruanos; Alexander Miecznikowski, quien asistió a Malinowski en los trabajos del ferrocarril central, entre otros2. Muchos de ellos, pese a las dificultades culturales, socioeconómicas y geográficas propias de un entorno que no era el suyo, decidieron apostar y trabajar por la modernización del Perú. En este proceso no pocos fueron los que realmente llegaron a amar a nuestro país. No podemos dejar de mencionar a Gerardo Unger, padre de Tomás Unger, que vino a trabajar en un proyecto como ingeniero mecánico y al biólogo Vitold de Szyszlo, padre del pintor Fernando de Szyszlo, exconsul de Polonia que tradujo al castellano Enfermedades tropicales, importante obra del científico polaco Z. Szymonski.
Eduardo Juan de Habich nació en Varsovia el 30 de enero de 1835, según consta en su partida bautismal, fruto del matrimonio entre Louis Habich y Mathilde Manersbeiger. Criado en el seno de una familia que pertenecía a la nobleza polaca, en 1854 el joven Habich ingresó a la Escuela de Artillería de San Petersburgo, en Rusia. Muchas opciones no tuvo, pues Polonia, desmembrada y repartida tantas veces entre las demás naciones europeas, se encontraba en esos momentos bajo el dominio del Imperio Ruso3. Por ello, como oficial, sirvió en el ejército ruso durante la cruenta guerra de Crimea (1854-1856). Luego del conflicto estuvo destacado en el Arsenal de Kiev. En 1859 marchó a Francia, donde estudió con ahínco en la afamada Escuela de Puentes y Calzadas de París entre 1860 y 1863. Apenas culminados sus estudios y sin haber recibido su diploma todavía, regresó a Polonia. Su patria podía no existir en el mapa político, pero seguía palpitando en los corazones de su gente. Por ello, junto con su hermano Gustavo, participó activamente de la insurrección polaca contra la opresión zarista. Aplastado el levantamiento, el joven Eduardo de Habich se vio forzado a huir del territorio polaco, pues la policía rusa lo buscaba por su participación en la insurrección.
De regreso a París, en octubre de 1864 fue elegido miembro del Consejo de Administración de la Escuela Superior Polaca, institución que acogía a los refugiados y exiliados polacos. Aquí dictó el curso de mecánica y, entre 1865 y 1868, ocupó el cargo de director.
EN LO QUE LE RESTABA DE VIDA, LOS NOMBRES DE HABICH Y DE LA ESCUELA SE IDENTIFICARÍAN A TAL PUNTO QUE RESULTABA BASTANTE DIFÍCIL MENCIONAR A UNO SIN EL OTRO. GRACIAS AL IMPULSO DE HABICH, LA ESCUELA DE INGENIEROS NO SOLO PERDURÓ, SINO QUE SE CONVIRTIÓ EN EL MOTOR DE LA MODERNIZACIÓN DEL PERÚ ANTES Y DESPUÉS DE LA GUERRA CON CHILE.
Ernesto Malinowski
Al servicio del Estado peruano
En octubre de 1869, con 34 años a cuestas, Habich estampó su firma en un documento que le presentara el encargado de negocios del Perú en Francia. Se trataba de un contrato para trabajar como ingeniero del Estado peruano por dos años. Nada hacía presagiar entonces que ese tiempo determinado se extendería hasta el final de sus días. Un par de meses después de firmado el contrato, Habich llegaba al Callao. Pese a que el Perú que encontró era el de los últimos años de la bonanza guanera, el país vivía una fiebre de obras públicas como nunca se había visto. Los proyectos ferrocarrileros estaban a la orden del día y en varias partes se estudiaban y se trataban de concretar proyectos de puentes, caminos, obras de irrigación y edificios públicos. Era el primer gran momento de los ingenieros. Sus primeras comisiones de trabajo lo llevaron al sur del país. Allí, en 1870, estudió varios proyectos relacionados con la irrigación: en las pampas de Tamarugal, en Tarapacá; en el valle de Azapa, en Arica; y en el valle de Locumba, en Moquegua. En 1871, luego de supervisar algunas obras en Arica, retornó a Lima y se le encomendó la reparación del ferrocarril central. Al año siguiente, se le destacó nuevamente al sur: debió verificar si el ferrocarril Ilo-Moquegua, entregado por Enrique Meiggs, se ajustaba a las especificaciones del proyecto original; además, se le encargó informar sobre la construcción de unas iglesias en Arica y Tacna. A comienzos de 1873, revisó Habich el ferrocarril Juliaca-Cusco, también construido por Meiggs. Luego, tras algunos meses de licencia, en el segundo semestre de 1874 es enviado a revisar los presupuestos del ferrocarril Chimbote-Huaraz- Recuay, y de un tramo del ferrocarril Juliaca-Cusco.Además, se encargó de estudiar dos puentes sobre el río Rímac. Los informes que redactara se hallan publicados en los dos gruesos tomos de los Anales del Cuerpo de Ingenieros del Perú.
La normalización de la labor de los ingenieros
En setiembre de 1872, el gobierno de Manuel Pardo designó a una comisión conformada por los ingenieros Mariano Echegaray, Felipe Arancivia, Alfredo Weiler y Eduardo de Habich para reformular el reglamento del Cuerpo de Ingenieros del Estado vigente, pues ya no se ajustaba a la nueva realidad del país ni se había aplicado con regularidad. Habich cumplió este tarea sin descuidar las otras comisiones que el gobierno también le había señalado. El nuevo reglamento fue aprobado por Manuel Pardo en octubre de 1872 y en él se señalaba que el objeto del Cuerpo de Ingenieros y Arquitectos del Estado era “proyectar y vigilar las obras públicas de interés general, estudiar el territorio de la República y reconocer sus riquezas minerales”. Dentro de la nueva organización, se establecía una Junta Central, presidida por el Ministro de Gobierno, Policía y Obras Públicas, y conformada por cinco ingenieros de 1ª clase. Esta junta era la cabeza del Cuerpo de Ingenieros y entre sus varias responsabilidades se contaban la acreditación de los conocimientos y destrezas no solo de quienes fuesen contratados como ingenieros y arquitectos, sino principalmente de aquellos que quisiesen formar parte del Cuerpo; examinar todos los proyectos, presupuestos y propuestas referentes a obras públicas; intervenir en la formación de contratas y vigilar que se cumplan las condiciones estipuladas, etcétera.
La Escuela de Ingenieros
En enero de 1875 se promulgó una ley que autorizaba la creación de una “escuela de minas”, disponiendo para tal efecto, por una sola vez, la cantidad de 50 mil soles. Pero para poder concretar esta escuela hacía falta mucho más que una simple autorización7. Por ello, como primer paso, el gobierno envió a Eduardo de Habich a Europa, con la misión de visitar sus principales centros de educación técnica, recoger información sobre sus programas de estudios y reglamentos, reunir bibliografía especializada y entrever la posibilidad de contratar profesores para el nuevo plantel. Luego, el gobierno dispuso la modificación del antiguo reglamento de instrucción, que databa de 1855. El proyecto del nuevo reglamento fue revisado por una Junta Consultiva de Instrucción, que reunió a connotados maestros e intelectuales. A su regreso de Europa, Habich se integró a esta Junta para tratar lo relativo a la organización de la escuela de minas. Fruto de estas gestiones fueron dos importantes documentos legales, promulgados ambos el 18 de marzo de 1876. El primero fue el Reglamento General de Instrucción, que normaba toda la educación desde la primaria hasta la universitaria. Este reglamento, en su artículo 343º, establecía que debían abrirse cuatro “escuelas de aplicación”, siendo una de ellas una “escuela de ingenieros civiles y de minas”. En consonancia con este marco legal, el otro documento, que había sido preparado por Habich, era nada menos que el Reglamento Orgánico de la Escuela Especial de Construcciones Civiles y de Minas. La “escuela de minas” autorizada en 1875 era, con un nombre distinto y un poco más largo, una realidad.
En mayo de 1876, Habich fue designado como director de la nueva institución educativa. También se señalaron a sus primeros profesores: Francisco Paz Soldán, Francisco Walkuski, Ladislao Kruger, Eduardo Brugada, Pedro J. Blanc y Sebastián Barranca. A ellos se unirían más adelante José Granda, Teodoro Elmore, Artidoro García Godos, Pedro Manuel Rodríguez,Mariano Echegaray, Octavio Pardo, entre otros.
La Escuela de Construcciones Civiles y de Minas empezó a funcionar modestamente en una parte del local del antiguo Convictorio de San Carlos, que pertenecía a la Universidad de San Marcos (actual Casona de San Marcos). Esto no significó, sin embargo, que la naciente Escuela fuera una dependencia de la centenaria Universidad.
Las clases se iniciaron el 11 de julio, pero la inauguración oficial, en el solemne salón General de San Marcos, se realizó en la tarde del 23 de julio de 1876.
En su discurso, Habich, sumamente complacido por la acogida dispensada a la institución que estaba dando forma, anunciaba: “Abierta la matrícula el 19 de junio, el número de candidatos iba aumentando y pasaron de ciento cuanto principiaron los cursos. (...) El distinguido cuerpo de profesores de la Escuela está formado en su mayor parte por Ingenieros del estado, quienes no han vacilado en poner su ciencia y toda su buena voluntad al servicio de la Escuela. (...) Las divisiones de la Escuela corresponden a las principales necesidades del país, cuyo porvenir material depende de la extensión de sus vías de comunicación, del desarrollo de la explotación de sus riquezas minerales, del fomento de sus industrias y principalmente de la industria agrícola ligada por circunstancias climatológicas con obras hidráulicas de irrigación artificiales. Las demás industrias hallarán también un lugar en el desenvolvimiento progresivo de la enseñanza de la Escuela. El tiempo y la experiencia indicarán la mejor dirección y la amplitud que deben darse a los estudios en varias especialidades, a fin de que sean más completos, sin recargar exageradamente el trabajo de los alumnos. (...)”.
Este fue el inicio de la Escuela de Ingenieros, nombre más corto con el que se fue identificando al plantel. En lo que le restaba de vida, los nombres de Habich y de la Escuela se identificarían a tal punto que resultaba bastante difícil mencionar a uno sin el otro. Gracias al impulso de Habich, la Escuela de Ingenieros no solo perduró, sino que se convirtió en el motor de la modernización del Perú antes y después de la guerra con Chile. Y todo ello gracias a sus profesores, alumnos, egresados y titulados; a sus investigaciones y modernas instalaciones.
Después de una larga y fructífera labor como ingeniero al servicio del Perú y, especialmente, como fundador y director de la Escuela de Ingenieros, Eduardo J. de Habich falleció el 31 de octubre de 1909.
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